Somos todos unos mentirosos

Por encima de todo, hay que contarlo tal y como fue. Lo digo de entrada porque al hablar sobre un recuerdo, y mucho más al escribirlo, aparece la voluntad de mejorar los hechos. Una fuerza invisible que te empuja, Dios sabrá por qué, a alterar algunos adjetivos, algún verbo, para darle el empaque que merece. O que crees que debería tener. Por eso dicen que los escritores somos todos unos mentirosos, aunque contemos algo que hemos experimentado en nuestras carnes. 

Ya sabes: estás ahí apretando los puños, arrugando sin darte cuenta tus entradas de la fila uno, la dos como mucho, sintiendo los golpes que te da la vida en primera persona. De primera mano. Todas esas gotas de sudor, de saliva, impactando microscópicamente en tus mejillas. En fin, supongo que te haces una idea: todo el drama; en alta resolución. Un espectáculo desplegado en tu honor, los rótulos luminosos con tu nombre y apellidos. Pues eso: resulta prácticamente imposible no dejarse llevar por el arrebato.Y no lo digo como excusa, que conste. A fin de cuentas, el ser humano es débil, un mamífero atrapado por sus apetencias, sea o no escritor. 

Pero en esta ocasión no será así: voy a ser parca, iluminaré sólo lo que realmente sucedió. Por una vez no hace falta colgar guirnaldas. Porque fue tremendo. Aunque no novedoso. Quiero decir que no fue nada diferente, algo que no le haya pasado a fulanita o menganita antes. Pero aquí lo importante es que por una vez, la protagonista fui yo. No me lo contaron, ni le sucedió a mi colega. Me eligieron a mí como pareja, la reina del bailecito de las hormonas. O del amor. Quién o qué me escogió es otro tema.

Pues bueno, empiezo. Son las once y veintitrés. El 27 de octubre de 2016, un día cualquiera. Y voy bajando la calle Colón con una bolsita de Vodafone. Vengo que cantarle las cuarenta al empleado de turno, porque la mega compañía para la que trabaja por un salario irrisorio me ha cobrado un paquete de datos de internet que nunca contraté. No me costó mucho conseguir el reembolso, así que me dirijo hacia la Plaza del Ayuntamiento con el ánimo por las nubes. Sí señor. Por una vez se ha hecho justicia. No importa que sólo sean 43,20 euros. Tenían que devolvérmelos, son míos. Punto pelota.

El caso es que llego a la esquina y lo veo cruzar la calle, pero incluso antes, en la acera de enfrente, ya había hecho tambalearse el mito de James Dean, quien los años cincuenta se postulaba como el gamberro atormentado por excelencia. Javi, poderoso y ligero, pisa el asfalto con paso recto y despistado. En aquel momento no sabía su nombre, pero seguí su trayectoria hasta el último instante, y me hubiera encantado llevar minifalda, o un escote descomunal. O tener superpoderes, como esos que te permiten lanzar telas de araña y dejar suspendido al pringado de turno en el rincón que más te apetezca. Yo que sé, poder retenerlo de una puñetera vez, aunque al mismo tiempo tuviera la certeza interna de que conseguiría zafarse de mi nudo con una agilidad pasmosa, y volvería a caminar de nuevo por caminos que nunca serían los míos.

Cruzarme con La Visión de repente con la guardia baja, me molestó. Porque mi ánimo, hasta ese momento optimista y triunfador, mutó en un silencio lúgubre que no admitía discusión. Y así siguió hasta ahora, que me veo como en aquel entonces torturada por su pensamiento. No entraré en detalles, así es cuando te enamoras. Cuando te enamoras de verdad, hasta las trancas, nada que ver con los tonteos aquí y allá. Sobra decir que lo seguí sin dudar. Cambié mi rumbo y la Plaza del Ayuntamiento, los planes de entrar el la Filmoteca, se pulverizaron convirtiéndose en un puñado de polvo que se llevó el viento. Ningún rastro quedó de mi amada voluntad propia. Adiós al libre albedrío. Ciao baby. Como una Eva invertida, la visión de ese sujeto anuló para siempre las coordenadas que introducía desde el inicio de mi edad adulta en los comandos de mi vida para transformarme en una masa anhelante, en un gatito fofo y demandante. Porque mi corazón hacía miau, miau. Mis entrañas maullaban mientras la mujer que había sido hasta entonces decía adiós al Paraíso. Y hola al dolor, al deseo insaciable de querer siempre más. 

Sé que suena exagerado, que al contarlo así no parece más que un destello, un arrebato transitorio producido por la visión de un hombre guapo. De un tipo atractivo. Pero no, ya he dicho que aquí no hay adornos, no hay ficción. Desde el primer momento yo me consumía muda, iba devanándome los sesos sólo con verlo aparecer en escena. Algo inaudito, teniendo en cuenta mi carácter. 

No lo alargaré mucho más. Mientras espiaba su espalda a una distancia prudencial vi que se sentaba en un café junto a Santos Juanes y pedía un quinto. Nada del otro mundo, claro. Pero bueno, lo importante es que en aquel momento tomé la decisión que se reveló después como de una inteligencia y sensatez impresionantes. Hice lo que haría cualquier mujer que tuviera el corazón en sus manos: me senté en la mesa de al lado. Pues claro, pensareis, era de esperar. Sí, es verdad. Era previsible. Pero insisto: aquí nadie ha dicho que esta historia tenga nada de especial, ya avisé que no ibais a leer algo fantástico, ni que os iba a sorprender con un giro dramático. Todo tiene más bien ese tufillo a col hervida, a cosas cotidianas y penosas, como que una pervertida de andar por casa tenga una pulsión y se ponga a seguir a un completo desconocido por el centro de la ciudad. 

A lo mejor os parece inquietante, o ridículo, imaginarme allí sentada pidiendo un café, o una Fanta de naranja, o cualquier cosa que en ese momento mi cerebro embotado escogiera al azar. Pero eso fue justamente lo que hice. Y con mi pedido sobre la mesa me dispuse a espiarlo por el rabillo del ojo. Qué triste, ¿no?, diréis. Pues vale, me da igual. Sinceramente, me la sudan un poco vuestras opiniones, porque nacen de la ignorancia. Vosotros no conocéis a Javi y todo su mundo tremendo y denso y alucinante. Ese hombre está hecho de otra pasta, es de otro planeta. Es una sorpresa hecha carne, el Amor hecho Verbo. Recalco: un tío de Primera División. Y con un simple vistazo yo lo había descubierto, posiblemente mucho antes que otras petardas que se hayan cruzado con él en el pasado. Así que no juzguéis tan rápidamente.

Vale, no me pondré macarra porque estáis teniendo mucha paciencia. Dejadme contar el final, que es lo mejor. Le daba pequeños sorbos al botellín mientras su mirada recorría distraídamente la avenida, los transeúntes, el tráfico. Y yo sudaba, tenía escalofríos, sufría horrores en aquella postura petrificada, sin poder ni siquiera estirar el brazo para coger la Fanta, o lo que hubiera pedido. Estaba jodida. Pero Javi permanecía ajeno a mi lucha y eso, a mis ojos, hacía de él un hombre todavía superior. Más cool que cualquier moderno que baila swing en el Magacine. Me acuerdo de ese momento. Ya era mediodía y el sol bañaba las fachadas de los edificios con amabilidad, se oían las risas de una tendera a lo lejos y el frío era una sensación anecdótica, teniendo en cuenta las fechas en las que estábamos. A partir de entonces, siempre que el sol está en lo más alto espero una respuesta de mi misma, o de alguien. De algo. Todos los días. Y nunca llega, porque a partir de cierta edad asumes que hay más preguntas que respuestas. Y que es esa desproporción inexorable la que produce toda la decadencia que habita la existencia de todo y de todos. Se conoce que es así.

Ya termino. Javi estaba finiquitando su cerveza y lo único que había hecho era girarme un par de veces en su dirección. No hacía más que esperar, sin saber muy bien el qué. Y aquí voy a dejar algo claro, voy a decirlo aunque me cueste (soy una mujer orgullosa): me sentía así porque comprendí con una fuerza y claridad rotundas que yo debía estar con aquel hombre. Que estaría con él y que toda la infinita gama de sensaciones de las que tanto hablan los grandes genios iban a sucederse en mí con inexorable precisión, con una lentitud quirúrgica. Para luego, after Javi, ser otra persona totalmente diferente. No mejor, ni más sabia. Simplemente, otra. 

Ahora si, el clímax. "Tal vez la mejor idea, en vez fingir que no nos hemos quedado alucinados al encontrarnos, sea sentarnos juntos, ¿qué me dices?" ¡Esa era la frase!¡Justo lo necesario para accionar la palanca, para alinear los astros! Sé que estáis pensando que la dije yo, que durante mi espera angustiosa había encontrado la invitación perfecta y que en un arranque de valentía y desparpajo se la había soltado. Pero no. Ese regalo, el instante divino, el Golpe de Suerte, lo dijo él. El Hombre. 

Aquí lo dejo. El flirteo y las citas, el sexo y el amor terrible, las bromas y las broncas, el ascenso y la caída, no los voy a contar. Hablar del dolor sin envoltorio no interesa, ya lo conocéis de sobra. Y el resto es literatura.

2 comentarios:

  1. Imposible resumir las sensaciones que me ha provocado. Sólo decir que me ha tenido atrapado hasta la última palabra.

    ResponderEliminar

Gracias por comentar :)