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Cuando pienso en niños recupero la imagen
de mi pueblo, esas tardes de verano en la calle
jugando a la cuerda, al escondite, montando en bici.

Pero cuando proyecto un hijo, veo la llegada del crepúsculo,
la hora esquiva donde las madres salen a la puerta
quitándose apresuradamente el delantal:

"Cariño, a cenar, lávate las manos que se enfría".

Quiero pensar que el mío, ese niño imaginado,
será lento y olvidadizo. Que al llamarlo no me oirá
y se quedará saltando en el asfalto, en el jardín.

Persiguiendo hormigas o el resplandor de una
mariposa nocturna, cazando salamandras
en la pared encalada. Y que yo lo miraré

pálida y sonriente sobre el atardecer,
viendo cómo se aleja hacia la noche
mientras pienso distraída

¿Qué haré hoy para cenar?

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