Simplemente perfecta

Pues está esa chica
que viene a la oficina
cada mañana y que es
simplemente perfecta.
Con una piel sedosa
y de un tono ambiguo
entre la concha de río
y un melocotón rosa.
Cruza el pasillo
con un andar ondulante
que marca sus caderas.
Y justo cuando gira la
esquina dos mujeres que
se sientan en un cubículo
cercano cuchichean sobre
su maquillaje extendido
como una máscara
(según ellas)
y esos aires de suficiencia
que, teniendo en cuenta que
tiene un contrato de seis meses,
debería empezar a moderar.
Pero mientras oigo ese
cotorreo no puedo dejar
de mirar la esquina por la
que ha vuelto a desaparecer
un día más. Y pienso en
mis ojeras, los nudos del
pelo y este color violeta
en las lunas de las uñas.
Deseando volver a verla.
Y admirar esa explosión
de carne y esfuerzo de
alguien que, aunque sólo
esté allí de paso, sin duda
ya ha mejorado lo que
le ha tocado en suerte.

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