Vivo arriba de una lavandería.
El otro día colgando la colada
se me cayó una camiseta y tuve
que bajar a pedirles que me
dejaran entrar al patio.
Fue como entrar en un mundo
de agua, una sala vapor repleta
de botellas de detergente, con
una ligera fragancia a jabón
de marsella adulterado.
Todo trapos blancos,
tubos de acero,
un motor enorme.
Las cosas que viven allí
no se quejan, sólo duermen.
No le piden a ningún dios
que pare el motor y se haga
el silencio.
Simplemente existen en la
sombra, hasta que un día
se sustituyen por otras
mejores, más nuevas,
más eficientes.
Tal y como ocurre
con nosotros.
Y si no hubiera cosas más
tristes que esa, sin duda
sería una cosa muy triste.
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