Como cuando corríamos cuesta abajo,
dando saltos con las zapatillas de lona,
heridas y costra en las rodillas,
dientes nuevos rellenos de encía.
Como aquel verano que bajamos la pendiente,
con los ojos cerrados, cada vez más rápido.
Los pies vibrando y la frente cosida de cielo.
Así deberíamos subir las escaleras del metro,
ignorando los tacones, la camisa,
todo el peso del tiempo esclavo.
Con el pecho rezumando cristal líquido,
y a ser posible
sintiendo lo extraño de la vida
estallándonos por dentro.
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